POR: YERKO MOLINA
PSICOLOGO (PUC)
MAGISTER EN PSICOLOGÍA DE LA SALUD
MAGISTER EN EPIDEMIOLOGÍA
Nada que hacer, nuestros cuerpos son máquinas que necesitan primordialmente carbohidratos y grasas para funcionar. De hecho probablemente nadie le tuvo que “enseñar” a comer pasteles, tortas o hamburguesas, en tanto que otro tipo de alimentos, si sus padres fueron responsables, tuvo que aprenderlos a comer. Típicamente este aprendizaje se logra con cierta cuota de sufrimiento, muy probablemente sentado frente a un eterno plato de brócoli o repollitos de Bruselas, pataletas de por medio y apelando constantemente a la paciencia de sus padres. La vida es injusta, subir de peso es muy fácil, en tanto que mantener o bajar la odiada circunferencia de cintura se transforma, para muchos de nosotros, en un verdadero viacrucis.
Chile es un país obeso y las mujeres son las más afectadas por este problema. Según datos de la última encuesta nacional de salud (ENS, 2017) el 38,4% de las mujeres es obesa u obesa mórbida, en tanto que en hombres este porcentaje asciende al 30,3%. Si les sumamos a este escalofriante numero las personas que están con sobrepeso, la cifra total de chilenos con problemas de malnutrición por exceso es de un 74,2%. Tal vez es importante aclarar que este no es un problema estético, la obesidad mata, y lo peor de todo es que tiende a hacerlo lenta y dolorosamente. Diabetes, hipertensión arterial, cáncer, enfermedad coronaria, apnea del sueño, entre muchas otras, son condiciones en las cuales la obesidad constituye un importante factor de riesgo.
Como probablemente ya intuye el lector, este problema afecta de manera diferencial según el nivel socioeconómico. En efecto la obesidad se concentra en los sectores más pobres de nuestro país, y como no, nuestra comuna es un importante representante de ese segmento de la población. Basta dar un paseo por la plaza de Puente Alto, La Plazuela Independencia o el “Líder” y verá que la cantidad de familias que de manera inocente disfrutan con sus hijos pequeños de los placeres del big mac o el pollo frito, constituyen parte habitual del paisaje.
La conducta alimenticia se aprende en la casa y es parte fundamental de la crianza inculcar en nuestros hijos buenos hábitos de alimentación. El problema es que esto implica un trabajo, y como todo trabajo requiere tiempo y dedicación. Los niños no saben lo que es bueno para ellos y por eso es necesario tener padres que se tomen en serio la crianza, pues es cierto que el plato de nuggets con arroz o de vienesas con papas fritas no generarán ningún berrinche infantil, en tanto que la acelga y la espinaca signifiquen horas tratando de “convencer” al infante de que es bueno comerlas.
El futuro para las clases menos pudientes es obscuro. El escenario más plausible para nuestra vejez, además de sin casa, endeudados y con una jubilación misérrima, involucre también el adjetivo de “enfermos”. Las políticas públicas en esta materia se centran en el tratamiento y no en la prevención, por lo que es muy probable que más allá de una solitaria noticia en los medios, o un descontextualizado “consejo” de su prestador de salud, no encuentre ningún tipo de apoyo para cambiar sus hábitos alimenticios. Es tarea de todos los ciudadanos rebelarnos contra la situación presentada, porque si evaluamos lo que nuestros gobiernos hacen, todo apunta a que nos quieren gordos y enfermos.
Imagen: https://www.hispantv.com/
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